3. La inversión en Bolsa, ¿conocimiento, intuición o suerte?

Las trampas del dinero

 

                                                      

     He aquí otro libro de Dan Ariely que permite comprender la complejidad del objeto de estudio de una ciencia humana como la economía. Fenómenos como el efecto anclaje -nuestra percepción del valor depende de un precio de referencia arbitario e incluso de una cifra aleatoria-, la influencia del lenguaje en nuestra conducta al adquirir bienes o pagar servicios, la irracionalidad en los gastos y el ahorro, la influencia del momento en que pagamos un servicio en la percepción de su disfrute, etc., son algunas de las cuestiones que se explican claramente para el profano en economía y, en todo caso, con situaciones reales y experimentales. No basta con afirmar que en determinados aspectos, las cosas son relativas, sino que hay que desmotrarlo. Y eso es lo que logran Ariely y Kreisler, en un libro sobre psicología y economía al mismo tiempo.

Un coloquio excepcional sobre el liberalismo en las sociedades modernas

Prescindir de IB3

Hace unos años –cuando IB3 era un proyecto en ciernes del penúltimo gobierno del PP- un ilustre articulista, me propuso que asistiera a una comida entre conocidos caballeros liberales, alguno de los cuales tenía una clara y reconocida trayectoria intelectual. Para mi sorpresa, no se manifestó entre los presentes recelo alguno contra la creación de una televisión pública en Baleares, pese a que los costes de tales engendros –la misma RTVE como caso emblemático- eran vox populi, y objeto de fundadas y ancestrales críticas desde el acostumbrado rigor liberal con el erario público. Pero no, todo eso se había olvidado y lo que allí se vislumbraba era otro peligro: un cambio de gobierno implicaría entregar al nacionalismo y la izquierda –duchos en la explotación sentimental de la propaganda- un arma política más. Pese a echar de menos una mínima suspicacia contra lo que iba a ser otra superflua ciénaga de gasto insondable, no osé abrir la boca, pues lo que ya se intuía es que alguno de los presentes contaba con suministrar programas y contenidos a la futura televisión, lo que previsiblemente se traduciría en importantes ingresos. Y es que ya se sabe: no hay tentación más fuerte que vivir a costa del tesoro público, mal generalizado en España, lo que explica gran parte de lo que está ocurriendo, y afecta especialmente a quienes entienden que la ejemplaridad sólo es exigible a los demás.

 

Viene esto a cuento de las cifras publicadas sobre los costes de IB3 en 2012. Aun habiendo mejorado efectivamente, se mantiene una deuda de 42 millones de euros. Y pese a que su presupuesto se redujera drásticamente a 30 millones –el anterior era de 60- se cerró el año con un déficit de 12,3 millones, que hubo que añadir posteriormente. En una situación general en que las grandes cifras públicas siguen siendo muy negativas, en la que se debe racionalizar todavía más el gasto en servicios básicos, y en la que se planea gravar con más y nuevos impuestos al maltrecho ciudadano, cabe preguntarse si es suficiente recortar un poco de todo, o habrá que reconocer que se ha terminado una época en la que se salía adelante sin prescindir de nada.

 

Sí, ya sabemos que hay quien considera demagógico plantear la clausura de IB3, como se hizo por cierto con TV de Mallorca, con argumentos habituales: la producción televisiva y cinematográfica no es derroche sino inversión,  la evolución socioeconómica de la sociedad es suficiente como para tener servicios, bienes, derechos…y uno de ellos son los servicios de comunicación públicos, como lo es la cultura, reclamar el cierre del canal autonómico es simplista porque si se usa bien, puede ser una herramienta de cohesión, lo importante es que esté dimensionada y sea independiente, etc…

 

La cuestión es si podemos seguir dando la espalda a los límites que impone la realidad, cuando la deseada evolución socioeconómica no es tal, sino todo lo contrario. Y si es hora de extraer algún doloroso aprendizaje de lo que implica una deuda desorbitada. Además de resguardarse del optimismo ingenuo, que resulta ser en el fondo interesado, haciendo pasar por interés social y cultural lo que lleva a la ruina de muchos por ser el modus vivendi de unos pocos. Así las cosas, sorprende que el Govern no se plantee que mantener lo que no se sostiene es peor política que la politización de un medio televisivo… incluso cuando los míos lo controlan.

Joaquín Zapata comenta «Wall street»

La prueba del interés que suscitó el último ponente de nuestro cinefórum,  es que se produjo el coloquio más largo de los que ha habido hasta ahora.  Joaquín Zapata –Licenciado en Ciencias de la Información y especializado en información económica-, reúne unas condiciones excepcionales para acercar a los profanos el mundo de la Bolsa y contrarrestar los mitos que lo rodean. Zapata suma a una larga experiencia tanto en España como en EEUU –debutó en el Mercado de Materias Primas de Chicago y ha colaborado con casas de intermediación de Wall Street- la virtud de la docencia especializada, a la que se dedica preferentemente en la actualidad.

Para Joaquín Zapata, Wall street –dirigida en 1987 por Oliver Stone– es un fiel retrato que apenas ha envejecido, y cuyos personajes recogen las presiones, ilusiones y sueños no siempre realizados que puede producir la fascinación por la posibilidad de ganar mucho dinero. No obstante, de sus comentarios se desprende que un inversor medio, se verá libre de incidir en los estereotipos habituales. Nadie disfruta del don de la adivinación, motivo por el que destacó que la Bolsa da grandes lecciones de humildad a diario. La imprevisibilidad de la evolución diaria de la cotización es una constante que como máximo puede reducirse, pero nunca eliminar del todo. De ahí que diera importancia a ciertos fundamentos que debe manejar el inversor medio: algunas herramientas básicas de análisis de gráficos y estadísticas, una actitud siempre templada ante los acontecimientos, jamás endeudarse para invertir en Bolsa el dinero que se necesite para la vida cotidiana, tomar medidas de protección conocidas como stop loss, y tener un conocimiento lo más objetivo posible de la situación económica general. Capítulo aparte -pero no por ello menos importante- son las reacciones psicológicas ante los golpes de buena o mala suerte, a los que Zapata dedica especial atención en sus cursos. Recordemos que las cifras oficiales hablan de  9 millones de españoles que invierten sus ahorros en Bolsa. De ahí que comentara las 10 cosas más tontas (y peligrosas) que dice la gente sobre el precio de las acciones, que divulgó el exitoso inversor Peter Lynch:

1. Si ya ha bajado tanto, no puede bajar más.

2. Siempre se sabe cuándo ha tocado fondo.

3. Si ya ha subido tanto, no es posible que suba más.

4. Sólo cuesta 3 euros la acción. ¿Qué puedo perder?

5. Con el tiempo todas vuelven.

6. Cuando rebote a 10€, yo vendo.

7. Tarda demasiado en suceder algo.

8. ¡Mira todo el dinero que perdí por no comprarla!

9. Esa me la he perdido, pero la siguiente no.

10. La acción ha subido, yo tenía razón. La acción ha bajado, me equivoqué.

 

La dilatada experiencia de Joaquín Zapata le permite sumar al conocimiento de la materia, las sensaciones que le dan los valores para tomar decisiones como inversor.  Por todo ello, y dado que el desarrollo de la informática ha puesto al alcance de todos el mundo de la Bolsa, recordó a los asistentes que se pueden obtener fácilmente mayores rendimientos que los que ofrecen los bancos en los fondos habituales de inversión. Y por encima de todo, la satisfacción de gestionar autónomamente sus propios recursos.

El Govern mantiene el camelo de la publicidad institucional

    Cuando todos sabemos que las arcas públicas están vacías y endeudadas, cuando se ha tenido que recurrir a 355 millones de euros del Fondo de Liquidez para afrontar pagos urgentes, cuando acaba de saberse que el publicista de las campañas del PP en Baleares recibió contratos públicos cuyos importes desviaba al partido, el Govern Balear anuncia un contrato en publicidad institucional por un importe de 1.476.000€ en los años 2013 y 14, … ¡Qué difícil es abandonar las malas costumbres!

La publicidad institucional no sólo es una de las vías más sangrantes para facilitar la corrupción y el despilfarro, sino que es repulsiva conceptualmente. Un equipo de gobierno construye una infraestructura y al coste de la misma, hay que sumar el precio del autobombo por haberla construido. El hecho de vivir en un determinado lugar, es aprovechado -con profusión de medios cinematográficos incluso- para recordarte el trascendental mensaje de que “Mallorca ets tu”.  Alguien tiene intereses en subvencionar la hípica, y al montante de dinero público invertido, hay que sumar la propaganda para que se sepa quién gasta ese dinero, y de qué institución proviene, de forma que tanto o más que la hípica, se hace propaganda de los partidos que gobiernan y sus cargos electos.

    La austeridad –necesaria forzosamente en un país arruinado por la pésima gestión de los recursos públicos- sólo es creíble si los responsables políticos comparten los sacrificios. De lo contrario,  todo queda en otra operación de marketing institucional, en un acto de contrición engañoso, con el que se predica lo opuesto a lo que se hace. Lamentablemente, no hay la más mínima diferencia en este sentido entre los partidos que han gobernado en Baleares. De ahí que UPyD incluyera en sus programas la prohibición total de la propaganda institucional. Sólo así podrá cerrarse drásticamente la puerta a una de las vías estructurales del despilfarro y la corrupción, y favorecer que los políticos tengan un mínimo del valor del que más carecen: ejemplaridad.

La austeridad que no llega

Es hora de hacer algo más que subir los impuestos y recortar servicios para reducir la diferencia entre lo que se ingresa y lo que se gasta. Agotadas las vías de financiación con los bancos, y habiendo recurrido al Fondo de Liquidez para salvar los vencimientos de deuda acuciantes, el entramado institucional balear –desmesurado, carísimo e ineficaz- permanece intacto, aun habiéndonos llevado a una ruina que llevará décadas cancelar. Hay que llevar la austeridad donde no ha llegado: a la eliminación de organismos públicos redundantes.

Un gobierno certero en el diagnóstico y valiente con el tratamiento, empezaría por suprimir los Consells. ¿Coste político? Muy poco: el ruido de una oposición desquiciada que también vería en ello una merma de oportunidades para asegurar el modus vivendi a su mesnada a costa del erario público. Sus respectivos portamaletas intelectuales se rasgarían las vestiduras ensalzando las virtudes de una institución cuyas funciones pueden ser recuperadas por el gobierno autónomo. Pero la opinión pública no es tan ciega. Ninguna institución está peor vista que el Consell de Mallorca. Desde su origen, su gestión en carreteras, suelo, territorio y subvenciones de todo tipo, ha quedado unida -en una especie de inconsciente colectivo- a la corrupción y la arbitrariedad de UM, consentida y apoyada por PP, PSOE, PSM e IU según la tesitura de los equilibrios de la aritmética parlamentaria del momento. Ahí está la lista de causas juzgadas o pendientes de serlo. ¿Han cambiado las cosas? Sí, pero poco importa: la falta de financiación –el Consell espera y reclama unos recursos que no llegan porque no existen- impide inversiones reales y el grueso de su presupuesto se desvanece en gasto corriente, luego es una institución superflua. ¿Implicaría esto un lento y difícil cambio constitucional? Sí, pero también podría explorarse la modificación del Estatuto de Autonomía  (artículos 70-73) y la Ley de Consells en el ámbito autonómico.

Los ayuntamientos y mancomunidades deben ser sometidos a criterios de eficacia, lo que significa fusionarlos en torno a los 20.000 habitantes, que ha demostrado ser la cantidad menos gravosa. La fusión de ayuntamientos permitiría a su vez prescindir de mancomunidades que reúnen servicios para distintos municipios… al mismo tiempo que mantienen sus respectivos ayuntamientos; me sorprende que todavía haya quien dude que es exagerado hablar de metástasis administrativa.

Según el Banco de España, la deuda de Baleares asciende a 4.673 millones de euros. Todo apunta a que es una cifra incompleta y queda deuda camuflada. Aun así, es un 17,5% el PIB de las islas, lo que está por encima de la media autonómica, con un 14,1%. Al menos, mientras el resto de autonomías incrementará su deuda un 10,9%, Baleares sólo lo hará en un 2,4% en este año, lo que permitiría ajustarse al 1,5% de límite que puso el gobierno de la nación. José Ramón Bauzá y José Ignacio Aguiló han presentado estos datos como muy positivos. Sin embargo, dado que el reciente rescate de 355 millones de euros pone en evidencia la debilidad de la situación, es hora de explorar otras vías, las de una austeridad institucional que no llega.

Los papis pretenden vaciar las aulas

Afirma Inger Enkvist que estamos en una situación históricamente nueva, porque «es la primera vez que una generación educada libremente–lo que en muchos casos significa no haber sido apenas educada- tiene la responsabilidad de educar a sus hijos». Y mantiene que ningún grupo sobrevivió a su incapacidad de educar a la generación que le sucedió[1].

Ya sabemos que los sindicatos de estudiantes no son más que un satélite descerebrado y teledirigido, manipulado a conveniencia por los partidos nacionalistas. Y que la posibilidad de quedarse un día en casa durmiendo o viendo la televisión, es una tentación que se autoconceden legalmente los alumnos de Baleares -¡A partir de los 14 años!- un par de veces por curso. Pues bien, creo que cabría esperar de los adultos que contrarrestaran con algo de madurez, conocimiento y seriedad, las veleidades de la infancia y la adolescencia. Es más, en este particular, la virtud del ejemplo tiene un poder educativo  más importante que muchas otras cosas.

Pero hete aquí que asociaciones de padres (CEAPA) han anunciado que no llevarán a sus hijos al colegio durante tres días en protesta contra los recortes y la reforma educativa en ciernes. Aparte de si conviene preservar a los niños de debates que todavía no pueden comprender, me molesta todavía más que sean ésos los motivos por los que se movilicen los padres. En particular, la reducción economicista patente en su discurso. Son muchos los problemas que acarrea desde hace décadas la educación española, y el económico, no es el único ni el principal. Los datos están al alcance de quien se moleste en estudiarlos:  hasta el estallido de la crisis, el gasto en educación aumentó generosamente mientras los resultados empeoraban progresivamente.

Uno, que al entrar en las aulas, piensa a diario en no añadir un agujero más al casco semihundido del barco educativo –lo que implica ignorar de pleno múltiples influencias que la han deformado grotescamente-, se asombra de que el sector que más implicado debiera estar en preservar a sus hijos de agitaciones políticas de cualquier color, añada con fruición una vía de agua más, quién sabe si definitiva, pues deberían ser los más interesados en hacer algo más sutil que pedir más gasto y condenar la educación actual a la pasividad conservadora. Porque el maniqueísmo del discurso que mantienen, esconde incluso que hay un choque de paradigmas educativos de trasfondo, con uno implantado desde hace 22 años,  cuyo insoslayable resultado acaba de reconocer la UNESCO poniéndonos en cabeza del fracaso escolar. Y en esos casos, es más honesto contrastar los hechos, analizar de dónde se viene y a dónde se quiere ir, y valorar las alternativas, a no ser que nos encante la mediocridad. Claro que para eso, hay que estar… muy bien educado.  

 

 


[1]              Inger Enkvist, “Repensar la educación”, Ediciones Internacionales Universitarias, pág. 19.

No hay batacazo económico sin lección política

Una vez consumado el enésimo batacazo institucional y económico –no tiene otro nombre que después de haber gastado 70 millones de euros no se puedan acabar las obras del Palacio de Congresos, ni haya empresarios interesados en su explotación- se han publicado muchos artículos de opinión sobre el asunto. Lógicamente, no es fácil asimilar que un supuesto revulsivo de la economía y la estacionalización turística, se haya convertido en todo lo contrario, en un tremendo lastre a costa del contribuyente.

 

    Camilo Cela Conde invitaba a acabar cuanto antes con una sangría inútil mediante el derribo. Javier Mato ha afirmado que es momento de ser piadosos, de mirar hacia delante, y lamenta la falta de liderazgo y vitalidad empresarial de la sociedad balear que nos impide tener un palacio de congresos como otras ciudades. Por su parte, Gaspar Sabater sigue defendiendo el proyecto, mantiene que es una importante inversión de futuro, señala los obstáculos que complicaron las cosas, y reprocha a los agoreros que digan ahora que predijeron el descalabro.

 

Puedo entender que no sea momento para sacar pecho, recordando que sí ha habido quienes anticiparon lo que podía ocurrir y recomendaron parar las obras a tiempo. Aun siendo una ley del rifirrafe político sacar partido de los errores ajenos, tal vez no sea lo más elegante ensañarse con la voluntariosa torpeza de políticos generalmente bienintencionados. Pero discrepo en cerrar en falso un episodio importante sin extraer aprendizaje alguno de los errores cometidos, porque ninguno de los planteamientos anteriores contribuye a  recuperar la credibilidad perdida de unas instituciones que la opinión pública considera como su peor enemigo. Máxime cuando, si somos incisivos –no renunciemos a la reflexión- y aplicamos un qui prodest a las opiniones publicadas, se diluye tanto la responsabilidad, que no se sienta base alguna para evitar que cosas así sean lo habitual.

 

Cuando fui candidato por UPyD al ayuntamiento de Palma en las últimas elecciones municipales, fui invitado a un foro en el que los asistentes preguntaban abiertamente al candidato sobre cualquier punto de su programa. Un conocido empresario turístico que afirmó que sólo le interesaba la promoción turística,  se interesó por nuestro programa al respecto, y entre otros puntos, manifesté nuestra oposición a proseguir la construcción del palacio de congresos con fondos públicos, sin financiación del sector privado. No era lo que quería oír. No sólo no compartió mi planteamiento, sino que aseguraba la conveniencia, la necesidad y la rentabilidad de un edificio de esas características. Veamos, si por mí fuera, podría haber un palacio de congresos, otro de la ópera y un zoológico, en cada pueblo de Mallorca, con la condición de que fueran rentables por ser masivamente visitados por un público dispuesto a afrontar los costes del espectáculo. Pero las cosas no son así. Los responsables políticos no pueden ignorar los riesgos de proyectos teóricamente fantásticos cuando –como es el caso- el mismo sector turístico que tanto pedía la instalación, no daba pasos en firme para sufragarla, hasta el punto de abandonarla (Barceló) o ni siquiera haber concursado por su explotación. Y deben ejercer un contrapeso racional a los cantos de sirena de quienes exigen inversiones que no están dispuestos a hacer motu proprio, así como tener en cuenta las voces de quienes conociendo el mercado, afirmaban desde el principio que no era suficientemente voluminoso como para que un gran palacio de congresos fuera rentable. De lo contrario, la cacareada estabilidad presupuestaria que actualmente tantos desvelos ocasiona, y que debe empezar por los ayuntamientos, no sólo será imposible, sino que las obras públicas seguirán siendo consideradas por la opinión pública como focos de corrupción, o como parte importante de la ruina que propician políticos con ínfulas de ser grandes empresarios.

 

Ruinosa fachada de Palma

Que los humanos seamos un animal simbólico que necesita recrear la realidad con la fantasía es un hecho. Que inventemos marcos conceptuales imaginarios es parte de nuestra condición. Ahora bien, cuando está en juego el dinero de los contribuyentes en época de crisis, conviene deslindar cuanto antes entre quimera y realidad.

Apenas un día después de que Sebastián SansóTeniente de Alcalde de Instraestructuras de Palma– anunciara el prometedor futuro del Palacio de Congresos, con una cifra de 40.000 congresistas en lista de espera por 10 peticiones de reserva, lo que demostraría el acierto y la rentabilidad de la inversión, el único interesado en hacerse con la gestión del edifico, decide no cumplir con el pliego de condiciones, y abandona el proyecto. No sólo un supuesto portento económico ha perdido al único licitador que parecía interesado, sino que el empeño y el optimismo de Aina Calvo primero, Mateo Isern después, y de todos los partidos que han tenido representación en el ayuntamiento de Palma, se ha diluido en la nada, y se queda en  otro monumental fracaso institucional y económico.

Ante tal brusco despertar, se paralizan las obras de una infraestructura de 120 millones de euros, que generaba una deuda imponente a razón de 4 millones de euros mensuales, y se propone al menos acabar la fachada para no tener un edifico fantasma (costará 3 millones más).  Al final, hemos sufragado un mero decorado. Hubiera sido más barato pintarlo en cartón- piedra. Las declaraciones de autoridades del PP, PSOE y nacionalistas son por primera vez razonables –sólo faltaría que celebraran la castaña que endosan a los palmesanos-  pero han tardado dos años en descubrir lo que UPyD dijo desde un principio, cuando era evidente que el desinterés de la iniciativa privada recomendaba paralizar el proyecto. Añadamos al panorama que este carísimo adorno no está solo: le acompaña a 200 metros el Edificio de Gesa, cuya interesada catalogación como Bien de Interés Cultural por quien ya ha sido sentenciada,  parece ahora incluso menos costosa que su desprotección.

¿Se puede extraer alguna lección de tanto despropósito? Sin duda. Los ciudadanos harán bien en resguardarse de políticos henchidos de intervencionismo faraónico, del cuño que sea. Repasen si no el bagaje financiero que nos han dejado en los últimos años  infraestructuras de todo tipo (movilidad, deportivo, cultural, de transporte, de recogida de basuras, etc.) que iban supuestamente a dinamizar la sociedad o la economía de las islas. Apenas han servido para poco más que generar unas deudas que pesarán como losas durante no se sabe cuánto tiempo.